salamandra


El tema del fin del mundo es un bocado que deberá servirse siempre helado y en barquillo doble. Ya fuese poética ficción sobre el más absurdo miedo del ser humano o inevitable profecía conduciendo sin control un auto de fe listo a estrellarse en el más incierto futuro.


Dos personajes, los más improbables, los menos idóneos, los peor listos para ello, son forzados a subirse al apocalíptico augurio de una destrucción total de todo lo por ellos conocido. Pero esta vez —apelando a la irracional semiótica del error figurativo— no será abordando un auto de fe, sino un simple e inofensivo carrito de helados.

El horror que ante ellos se desata va más allá de sus conciencias y de su capacidad de salir airosos de la prueba máxima: ser mejores personas para ellos mismos y para sus semejantes. El arte de helarte mastica en nueve cuadros el barquillo de la fría broma que sería hallarse parado justo en el día del fin del mundo y no contar con más que un manual oscurantista y abstracto que poco realmente ayude.


Entre lo absurdo y la ironía será fortuitamente desatado ni más ni menos que el Apocalipsis. Abórdese este peligro inminente en nueve cuadros al menos bien abrigado.

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